SEX MUSEUM
A mediados de los años 80, el barrio de Malasaña fue testigo del nacimiento de un grupo llamado a reinar en la escena underground de las siguientes tres décadas. Se hacía llamar Sex Museum y, aunque sus miembros eran apenas unos chavales de la escena mod con unas ganas desbordantes de emular a sus ídolos (aquellas bandas de las décadas de los 60 y 70 que marcaron el camino del rock), ya exhibían determinación, compromiso, conciencia de clase y un directo rompedor.
En su época, muy dada a la versión más extrema del «sexo, drogas y rock and roll», a los inicios fulgurantes y a las caídas estrepitosas, nadie podía prever que aquel combo que cantaba en inglés y que hizo de la furia guitarrera una seña de identidad siguiera en activo en 2019, convertido en indiscutible referencia del rock español. La formación fue a contracorriente desde el principio, cuando lo que mandaba eran el rock urbano y las letras en castellano, y ahí sigue, ajena a modas y éxitos pasajeros.
Entre la distorsión garajera, la psicodelia a raudales y el hard rock de poderosos riffs de guitarra, Sex Museum se ha mantenido fiel a su esencia a lo largo de los años: un imparable carrusel de ritmos salvajes y actitud punk.
El núcleo duro de la banda continúa siendo familiar y quizá ésa sea una de las claves de su longevidad. Fernando Pardo (guitarra), alma máter, genio creativo y una enciclopedia del rock andante; su mujer, Marta Ruiz (teclados), y su hermano Miguel Pardo (voz) siguen a rajatabla su lema: «Rock & Roll or Die (rock & roll o muerte)». Desde mediados de los 2000, el grupo exhibe músculo rítmico gracias a dos instrumentistas de muchos quilates, Javi Vacas (bajo) y Roberto Lozano (batería), que han aportado estabilidad y solidez a un conjunto que ha sufrido muchos vaivenes y cambios de componentes en sus primeros años de vida.
«Sex Museum es una apuesta de vida», reconoció Fernando Pardo en una entrevista con Efe Eme. «Mientras el resto de humanos puede tener vida de sofá, nosotros no. Nuestro punto óptimo es trabajar con dos o tres bandas». Son válvulas de escape que, por paradójico que resulte, han servido para mantenerlos unidos durante todo este tiempo.
Lo suyo es una cruzada. Siempre han sido fanáticos del rock además de músicos y están dispuestos a «evangelizar» al personal a golpe de guitarrazo y órgano Hammond. Para ellos, el verdadero éxito es seguir en activo, en ese bucle infinito entre el estudio de grabación, la carretera y los escenarios. Por eso continúan enarbolando la bandera del rock and roll en estado puro, sin cortar ni adulterar.